La danza de la serpiente en las sombras


No puedes hacer nada para cambiar lo que ya pasó, pero sí puedes hacer mucho para cambiar lo que viene.”

Vivía en un rincón olvidado de la ciudad, donde las calles se estrechan como las venas de un corazón cansado. Yo, María, tejía mi vida con hilos de tinta y papel.

Mi rutina era simple: regar las plantas, observar el cielo y huir de los recuerdos. Pero aquel día, el destino tejía su trama con hilos invisibles.

El sol se alzaba perezoso, como si también temiera lo que estaba por venir. Fue entonces cuando sentí el pinchazo. Un dolor agudo, como si la vida misma me hubiera mordido. Al mirar, vi el deslizarse de una serpiente entre la grama. Su piel, moteada y fría, parecía susurrarme secretos ancestrales.

Me llevaron al hospital, donde los pasillos olían a desinfectante y miedo. El diagnóstico fue claro: picadura de serpiente. Pero el suero antiofídico brillaba por su ausencia. ¿Qué hacer cuando la vida se desliza entre tus dedos como una serpiente escurridiza?

La terapia intensiva se convirtió en mi refugio. Las luces parpadeaban como luciérnagas moribundas. Mi compañero de trabajo, un hombre de ojos inescrutables, se aferró a la silla afuera de mi habitación. No hablaba, solo observaba. ¿Qué escondía tras su mirada?

La madrugada se desvaneció, y él seguía allí. Al amanecer, desperté con su presencia a mi lado. El médico llegó, y mi compañero interrumpió: —¿Cuándo le darán el alta? —su voz era un susurro urgente—. Porque nosotros tenemos planificado casarnos.

La mentira se enroscó en mi garganta como una serpiente venenosa. ¿Quién era él para decidir mi destino? Pero su propuesta era un abismo, un precipicio hacia lo desconocido. ¿Aceptar o rechazar? ¿Amor o supervivencia?

—¿Qué ha sido eso? —pregunté, mis ojos buscando respuestas en los suyos. —Tú cumples años en un mes —sus palabras eran un hechizo—. Si tú me dices que sí, prepararé todo y nos casamos.

La habitación se estrechó, como si la serpiente hubiera vuelto a acechar. ¿Era amor o manipulación? ¿Un nudo en el estómago o una trampa mortal? Mi corazón latía como el de un ratón atrapado.

Ahora sé que mi compañero no era un hombre, sino una serpiente disfrazada. Cambió de piel, como todas las serpientes hacen. Y yo, atrapada en su juego, me debatía entre la vida y la muerte.

La serpiente me había mordido dos veces: una con su veneno y otra con su propuesta. ¿Qué elegirías tú? ¿La libertad o el abrazo frío de la traición? Pues yo sin saberlo,  me dejé llevar por la danza y  por el encanto de la serpiente y elegí el abrazo frío de la traición.

Mi mente, afilada como una pluma, no podía prever el giro que tomaría mi historia.

La gente susurra en los pasillos, como hojas secas arrastradas por el viento. “Una mujer como ella no puede ser maltratada”, dicen. “Es fuerte, educada, preparada y exitosa”. Pero las sombras no discriminan. Se deslizan por los rincones, se enroscan en los corazones y asfixian los sueños.

La serpiente se llamaba Él. Un hombre de sonrisa afilada y ojos de tormenta. No era un extraño en mi vida, sino un compañero de viaje. Las mariposas que una vez danzaron en mi estómago ahora eran murciélagos nocturnos. Sus palabras, como veneno, me debilitaban. Pero ¿cómo denunciarlo? ¿Cómo romper las cadenas invisibles que me ataban?

Los hijos, pequeños testigos de la danza de las sombras, eran mi escudo y mi espada. Por ellos, aguanté. Por ellos, soporté las manipulaciones, las denuncias falsas en mi trabajo, el acoso telefónico. Por ellos, me mudé a otra ciudad, creyendo que escapaba de la serpiente. Pero su veneno seguía corroyendo mi alma.

18 años de matrimonio, como un pacto con el diablo. Golpes que dejaban moretones en mi piel y cicatrices en mi corazón. Palabras que cortaban más que cuchillos. El miedo, ese compañero silencioso, se apoderaba de mis noches. ¿Cómo decir “se terminó” cuando la serpiente aún acechaba?

Un día,  me miré al espejo. Mis ojos, antes llenos de esperanza, reflejaban el abismo. ¿Cuántas veces había pensado en el hospital como una salida? Pero los hijos, siempre los hijos. ¿Qué herencia les dejaba? ¿El miedo o la valentía?

Entonces, un día, la serpiente cometió un error. Dejó rastros de su veneno en mi alma, pero también semillas de rebeldía. Las mismas manos que temblaban de miedo ahora escribían mi liberación. Las palabras, como espadas, cortaron los lazos invisibles. “Se terminó”, dije. Y esta vez, lo sentí en mis huesos.

Hoy, mi tinta se mezcla con la tuya. Juntas, derribaremos los mitos que rodean a las mujeres maltratadas. Porque no somos débiles ni fuertes. Somos supervivientes, tejedoras de historias que pueden cambiar el mundo.

La serpiente ya no acecha, pero ahora tengo un escudo más poderoso: contar la verdad. Y tú, querida lectora, también puedes alzar tu voz. Porque no podemos cambiar el pasado, pero sí podemos escribir un futuro sin sombras.

Que esta historia sea una luz para otras mujeres. Que la danza de la serpiente en las sombras se transforme en un baile de libertad.

Magister. María Ramos Tejada.

Educadora y escritora.

Puedes seguirme en Facebook. Instagram.

Mi correo electronico mariaj.ramos.t@gmail.com

Comentarios

Entradas populares de este blog

Análisis general del libro: EL HOMBRE MEDIOCRE.

“La narrativa perfecta: Errores comunes y soluciones prácticas”

“El trabajo blando en la escritura creativa”